Catatumbo: «La paz con justicia social merece cualquier esfuerzo»
Pablo Catatumbo es miembro del Secretariado de las
FARC-EP y forma parte de la delegación de paz de esta guerrilla en La Habana.
Fue uno de los últimos delegados en incorporarse a los diálogos en la capital
cubana. Gran parte de su vida ha transcurrido en la selva de Colombia combatiendo
con el Ejército. Ahora, sin «rencores personales», espera lograr una paz
«estable, duradera y justa».
Por: Ainara LERTXUNDI | 2013/07/13
Tomado
de Naiz
Desde La Habana, el
comandante y miembro del Secretariado de las FARC-EP Pablo Catatumbo responde
al cuestionario remitido por GARA en el que aborda cuestiones clave como las
víctimas que han generado cinco décadas de guerra y la posición de la guerrilla
ante un eventual desarme. Valora «altamente» experiencias como la del norte de
Irlanda, donde «las partes en conflicto dieron muestra de la madurez política y
de la estatura moral que se requieren cuando de verdad se ansía la paz».
Las
FARC-EP cumplieron el día 27 de mayo 49 años de lucha armada. Este aniversario
coincidió con la firma del acuerdo en materia agraria. ¿Cómo vivieron este
momento histórico?
Con mucha alegría,
pues pocas veces coinciden eventos tan importantes: nuestro 49 aniversario de
justa lucha y el logro de un acuerdo parcial en materia agraria. Dos hechos
significativos que celebramos con alborozo pues sabemos lo que significan en el
camino de construir la paz con justicia social para nuestro pueblo.
Sobre
el terreno, sin embargo, los campesinos del Catatumbo, en el norte de
Santander, mantienen las protestas en contra, entre otras cosas, de la
erradicación forzada de los cultivos de coca y de las políticas económicas del
Gobierno. Ha habido al menos cuatro muertos. ¿Cómo valora lo que está
ocurriendo?
El conflicto social
en todas las regiones de Colombia es bastante agudo. De seguir respondiendo de
esta manera, el Gobierno desatará una ira social extendida. Si a una
reivindicación legal -como la del campesinado del Norte de Santander- se le
responde con las armas en la mano, se justifica abiertamente la opción armada
que emprendió hace años el movimiento guerrillero colombiano. El balón está en
el tejado del Gobierno.
A
lo largo de estos seis meses, también se han ido abordando de manera indirecta
otros temas de la agenda, como la cuestión de las víctimas. Afirma que se debe
«armar todo el puzzle». ¿De cuántas piezas consta ese puzzle?
Le cito algunas: la
responsabilidad del Estado, la clase política dirigente, el empresariado,
algunos medios de comunicación y los latifundistas, la formación y la
financiación de los grupos paramilitares, la relación entre las embajadas de
Estados Unidos e Israel con la instrucción de dichos grupos, o el papel jugado
por las grandes trasnacionales en la definición de la agenda militar en
Colombia. Como ve, el tema tiene muchas aristas, pero tiene que ser abordado a
fondo, con mucha sindéresis y franqueza política.
A
través de una carta al periódico «El Tiempo», la congresista Constanza Turbay
afirmó que ya ha perdonado a las FARC. ¿Cómo recibió este perdón? E Ingrid
Betancourt acaba de indicar que «todos somos responsables de esta guerra atroz»
y que «la paz nos exigirá aceptar cierto grado de impunidad».
Son manifestaciones
de un ánimo de concordia y reconciliación que compartimos y saludamos y ya es
extendido entre muchos de los ciudadanos de la patria. Nosotros también hemos
sido víctimas de esta guerra. Los entendemos como gestos de un país que no
quiere más soluciones militaristas, que no busca venganza, que anhela la paz
con justicia social y que está hastiado del drama que hemos vivido. No se trata
de abrirle campo a la impunidad sino de lograr la mediación sobre bases de
magnanimidad mutua, de comprensión histórica y perdón, que es algo muy
diferente.
¿Se
ve en un futuro compartiendo un mismo espacio con Constanza Turbay en el que
cada uno relate su experiencia vital con el fin de que sirvan de base para la
concienciación sobre las consecuencias del conflicto armado y para la no
repetición de los hechos? Experiencias de ese tipo se han producido, por
ejemplo, en el caso irlandés, con víctimas del IRA y exmilitantes de este grupo
armado.
¿Por qué no? Sería
un magnífico mensaje para refutar definitivamente a los sectores que quieren
obstruir el camino hacia la paz. Nosotros llegamos a este proceso sin ningún
tipo de rencor personal, buscando lograr el anhelo de nuestro pueblo por una
paz estable, duradera y justa. Para ello se requiere sanar muchas heridas que
nos han dejado estos largos años de guerra.
El
jefe de la delegación del Gobierno en La Habana, Humberto de la Calle, ha señalado
recientemente que la paz pasa por la aplicación de la justicia transicional. El
propio presidente, Juan Manuel Santos, ha asegurado que la justicia no puede
estar por encima de la paz. ¿Qué plantean las FARC?
Que transicional
implica transición, y en el estado actual del proceso de conversaciones aún es
prematuro hablar tan categóricamente de temas como ese, que hacen parte de la
agenda, pero que van a ser abordados más adelante. En nuestra concepción para
el acuerdo de paz que vislumbramos es necesario hablar de un efectivo tránsito
hacia algo que sea cualitativamente distinto a la realidad actualmente
existente en Colombia. Qué mejor ejemplo que la situación que se vive hoy en la
región del Catatumbo. Para nosotros, la cuestión pasa por que logremos la
efectiva instauración de la democracia en nuestro país, de lo contrario
estaríamos hablando de un acuerdo de paz inocuo.
Otro
de los puntos del que también se ha empezado a discutir es el de la dejación de
las armas. Usted ha planteado «salidas inteligentes» y que «el problema no son
las armas, sino quienes las disparan». En un foro sobre resolución de
conflictos desarrollado en Euskal Herria, expertos en la materia rechazaron la
entrega de armas como una condición previa, pero advirtieron del peligro que supone
que las armas sigan existiendo y que se haga un uso indebido de ellas. ¿Qué
valoración les merecen estas recomendaciones y experiencias como la irlandesa?
Lo que señala usted
es particularmente importante. Aunque ese asunto también hace parte de los
temas que deben ser abordados más adelante, le adelanto algunos criterios.
Valoramos altamente
la experiencia irlandesa frente al tema de dejación de armas. Hemos podido
conocer dicho proceso de primera mano y nos parece que es un ejemplo de lo que
es llevar un proceso de paz con voluntades políticas conjuntas y con un real
deseo de finalización de un conflicto y de paz.
En Irlanda, las
partes en conflicto dieron muestra de la madurez política y de la estatura
moral que se requieren cuando de verdad se ansía la paz.
Para las FARC-EP,
la paz es un tema que va ligado al logro de la justicia social, del ejercicio
de una verdadera democracia y una verdadera desmilitarización del país, que
incluya la dimensión cotidiana, y a la proscripción de toda doctrina militar
derivada de la llamada «seguridad nacional» y de la teoría del enemigo interno.
En Colombia el problema de las armas no pasa solo por el conflicto entre las
guerrillas revolucionarias y el Estado, sino por la existencia de redes
criminales extendidas, grupos paramilitares y un inmenso sector que se
beneficia del mercado bélico clandestino. Así que habrá que comprender la
problemática en toda su extensión y no simplemente pensando en qué hacer con el
arsenal insurgente.
¿Qué
falló en los anteriores tres procesos? ¿Los calificaría de fracaso o de
intentos fallidos?
En mi opinión, en
los procesos anteriores lo que fue palpable es que la única política de paz del
Gobierno era someter a la insurgencia o la guerra; no había una verdadera
voluntad de aproximar posiciones para buscar un acuerdo de paz. Esperemos que
la voluntad política del Gobierno actual le permita darse cuenta de que ese
mismo error no puede repetirse. Calificar estas experiencias de fracasos es ser
muy duro, teniendo en cuenta lo sensible del tema y las complejidades propias
de un conflicto como el colombiano. Fueron eso, experiencias, y como tales nos
han enseñado a afrontar un reto como el que tenemos hoy en día.
¿Qué
signos positivos apreciaron en la llegada de Santos al Gobierno que les hicieron
valorar que era el momento idóneo para iniciar una aproximación de cara al
proceso de diálogo que se formalizó en Oslo?
Uno valora que lo
aborden de frente, poniendo las cartas sobre la mesa, sin hipocresías. Eso, y
el contexto internacional favorable, fueron cosas que dieron pie para que
iniciáramos este proceso, pero sobre todo, el fervor y el clamar ciudadano que
hay hoy por la paz de Colombia, que es la paz del continente. Viéndolo en
perspectiva, ratificamos la justeza de la decisión, y hemos visto cómo en este
camino se han multiplicado las iniciativas ciudadanas por la paz (con
manifestaciones masivas como la marcha del 9 de abril pasado o el Congreso
Nacional de Paz) y se ha logrado la unidad del campo insurgente sobre la
coyuntura y la agenda de paz.
¿Cómo
valoran la negativa del Gobierno a retrasar las elecciones y a conformar una
Asamblea Constituyente?
Es una postura
política que no es monolítica dentro de la coalición de Gobierno; sabemos que
aún no hay última palabra y que el debate que hemos abierto dentro de las
organizaciones políticas y sociales jalona la discusión nacional y genera
reflexión sobre nuestros problemas más hondos. De momento, le puedo contar con
entusiasmo que dicha iniciativa ha tenido una recepción estupenda en algunos
sectores y que nuestra delegación recibe diariamente adhesiones, propuestas y
aportes de colombianos interesados en un país en paz. Una Asamblea Nacional
Constituyente por la Paz es el horizonte cierto para la superación de este
conflicto.
¿Qué
opina de la firma del acuerdo de colaboración entre el Gobierno y la OTAN?
Nos genera
desconfianza y nos ratifica la justeza de nuestras reivindicaciones
patrióticas. Un aparato militar cooptado por intereses foráneos es una
característica de un país dependiente, no de una nación soberana. El presidente
le hace daño al entorno de paz cuando toma esas decisiones tan absurdas.
¿Cómo
se lleva la tensión de las negociaciones?
En general hay un
ánimo tranquilo. Hay ocasiones donde los niveles de tensión suben. Eso es apenas
lógico: es que el conflicto nuestro tiene más de cincuenta años, son muchas las
heridas que ha ocasionado, mucho el dolor causado, en fin.
Además en la Mesa no
estamos discutiendo temas nimios, sino los temas trascendentales dentro de la
vida nacional. En las FARC-EP sobrellevamos esas situaciones con mucho
compañerismo y camaradería, porque sabemos que la tarea que tenemos en frente
no es poca y que la confianza que los guerrilleros de todo el país depositan en
esta delegación es enorme. Al final de cada día nos queda la satisfacción de
estar trabajando por el más alto objetivo que se ha trazado el pueblo
colombiano: la paz con justicia social. Ello merece cualquier esfuerzo.
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